La fuerza liberadora del Espíritu Santo 

«El cristiano fiel a Jesús se siente inundado de misión. Tiene un solo objetivo: ir. Ir por todo el mundo siendo testigo del amor de Dios que anida en él, liberando del egoísmo, de la muerte y del dolor. Urge evangelizar este mundo. Ésta es nuestra misión: pasar la vida haciendo el bien. Yo estoy llamado a recoger los rayos de la luz divina y difundirlos por toda la tierra. 

Pero padecemos una enfermedad: la enfermedad del miedo a arriesgarnos, el horror al esfuerzo y al sacrificio. Nos cansamos pronto del bien emprendido; nos cuesta decidirnos, nos lastra la comodidad y el confort... Solo un remedio: ¡El Espíritu Santo!

El Espíritu Santo me impide ser mediocre. Me impide ser cobarde ante el mundo, “adaptarme” al mundo, a sus caprichos y criterios, a sus modas. El Espíritu Santo es siempre FUERZA LIBERADORA: vence los obstáculos, los elimina, quebranta la resistencia causada por el egoísmo. Es la fuerza de Dios en acción que lleva siempre al triunfo. Es dinamismo, eficacia, fuego, actividad creadora mediante la cual Dios actúa en nosotros. Solo en el Espíritu Santo podremos conocer a Dios, comprender sus misterios.

El día de Pentecostés es nuestro gran día, el día de nuestra transformación, el día de ese suceso grandioso y definitivo de nuestro nacimiento para Dios.

El Espíritu Santo son las manos del Padre tendidas hacia nosotros para, en el abrazo, hacernos suyos. Donde está el Espíritu Santo de Dios, allí está el amor, la alegría, la vida. Por eso, ten mucha confianza. Desde el día en que Jesús se sentó a la derecha del Padre, tienes al Espíritu Santo disponible, pronto y listo para actuar en ti siempre que tú te abras y acojas a Jesús». (P. Molina)

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